29.9.08

Setembro 29, 2008


ARMAS Y PALABRAS
El diccionario de Íngrid
El retorno a la libertad de los 15 secuestrados por las Farc ha removido muchas emociones que van del aplauso a las lágrimas y del orgullo nacional a la angustia por quienes todavía se encuentran en medio de la selva. Miles de imágenes transmitidas en directo han tenido en vilo a millones de seres humanos que en todo el planeta presencian las escenas familiares, los abrazos largamente guardados bajo las cadenas, las ruedas de prensa de las víctimas, los generales, los ministros, el presidente. Se han relatado una y otra vez los detalles del rescate y se han repetido con reiteración las felicitaciones de los jefes de Estado.
Las primeras declaraciones de Íngrid Betancourt, al descender del avión que la trajo a Bogotá, las escuché con una inmensa emoción humana: esta mujer que había sido mostrada en el límite de la supervivencia hablaba con una serenidad, una fortaleza y una lucidez extrañas para alguien que muchos creíamos que iría directamente a un hospital para salvar su vida. En un determinado momento una periodista peruana le preguntó qué llevaba en su morral y respondió que traía un diccionario muy pesado que había solicitado insistentemente durante largo tiempo.
Se me ocurrió, entonces, que este pequeño detalle anecdótico tenía un profundo significado simbólico: en vez de un arma al hombro, un diccionario. Mientras sus captores portaban balas, ella llevaba palabras. Pensé, entonces, en un país que un día pueda sustituir el lenguaje de las armas por el uso correcto del idioma: la palabra separa al ser humano del animal, permite nombrar el mundo, declarar el amor, disentir sin eliminar al contendor, enunciar la esperanza. Pensé en un país con más maestros que combatientes, con más libros que fusiles. Pensé en un país donde la seguridad provenga del ejercicio de la razón sin necesidad de recurrir a la fuerza para contrarrestar el terror. Un acto simbólico muy fuerte sería hacer llegar un diccionario a cada combatiente, para que siempre lo lleve en su mochila de campaña y mientras se esconde en la selva, sienta sobre su espalda el peso de la palabra que sirve para entenderse.
El diccionario le prestó a Íngrid palabras con un significado muy profundo: serenidad, mesura, prudencia, felicidad, milagro, gratitud. Y también ese libro que compendia nuestra lengua será capaz de ayudarnos a entender la pasión y convicción con que expresó su confianza en las instituciones democráticas, que son el escenario civilizado donde la palabra permite construir escenarios de paz, reglas de convivencia, marcos jurídicos, posibilidades y límites al ejercicio de la ciudadanía.
Los medios de comunicación tienen la posibilidad de mostrarnos lo que ocurre mientras ocurre, en caliente, pero nos limitan la capacidad de detener los hechos para pensar sobre ellos: una emoción es substituida por la siguiente; una imagen, borrada por la que llega; una frase se pierde entre otras mil frases. Por eso conviene rescatar de a poco todo lo que ha sucedido en estos días, retomar las declaraciones de fondo separándolas de todas aquellas de adorno. Meditar sobre el acontecimiento humano del cual hemos sido testigos esta semana puede ayudarnos a comprender un poco mejor lo que tenemos, lo bueno que hay en nuestra gente, la solidaridad de quienes estuvieron juntos en condiciones tan indignas, el valor sin aspavientos de quien renunció a la fuga para cuidar la salud de sus compañeros de infortunio, la importancia de acogernos a las instituciones diseñadas en el marco de la Constitución y la ley. En esto debemos ayudar a pensar a nuestros niños, niñas y jóvenes, pues no hay mejor manera de acercarse al ejercicio de una verdadera ciudadanía que con el ejemplo y con el significado correcto de las palabras que nos hacen comunidad humana.


Francisco Cajiao

Sem comentários:

Enviar um comentário